En cualquier dictadura existe
paranoia en doble dirección. Los súbditos se sienten controlados conscientes de
que el régimen escarba con millones de orejas hasta en los espacios más
recónditos. Los jerarcas temen cualquier movimiento porque en todo intuyen un
intolerable vestigio de disidencia y saben que cualquier golpe puede horadar su
tiranía. En esas condiciones, aparentemente, solo pueden escribir los que
quieran garantizar su jornal y toman nota de lo que el régimen quiere leer o
los temerarios que ponen su nuca a disposición de cualquier bala. Sin embargo
hay un tercer grupo, el formado por personas que son capaces de enviar mensajes
a los lectores más allá del tenor literal de sus palabras. Durante el
franquismo se hablaba de ‘leer entre líneas’.