Podemos
empezar a sentir miedo. El asco brotó hace ya mucho tiempo. Todo ese enjambre
de grupúsculos ultras de todos los colores deben ser combatidos con nuestras
armas o nos combaten con las suyas. Y en este barco hemos de zarpar todos. Nos
guste el fútbol o no. Llevan dentro un germen que puede poner en peligro
nuestras vidas: son violentamente excluyentes; y el que comienza a excluir no
detiene su perversa dinámica en el odio al rival deportivo. Los presidentes han
de dejar de verles como jóvenes algo radicales pero majetes. No son ni
radicales, ni, por descontado, majetes. Y los futbolistas, lejos de beber los
vientos por un aplauso tan fácil como vacuo, han de actuar. Señores que
diciendo “el fútbol es así” o “si la verdad es que si” aparecen en todos los
medios de comunicación deberían ser conscientes de su capacidad de influencia y
darle un sentido. Por eso el gesto de los jugadores del Treviso que se pintaron
de negro para protestar por la actitud de los ultras que abandonaron la semana
pasada el estadio porque en su equipo jugaba Omolade (negro él) debería ser
tomado como ejemplo.