martes, 1 de julio de 2008

LA NOCHE DE LOS REGISTRINES

Apenas contábamos diecisiete o dieciocho años y empezábamos a salir por la noche. Ellos salían más tarde, casi cuando nosotros regresábamos. Al cruzarnos nos miraban perdonándonos la vida, pero con un punto de ternura. Ellos empezaban la fiesta, nosotros la dábamos por concluida. ¡Hasta mañana, registrines! Les miramos con cara de no entender y les preguntamos que significaba registrín. Se rieron como si no hubiera más días para reír. Pero nos lo explicaron. Tiempo atrás, cuando a España la conocía la madre que la parió, existían las paradas de yeguas. Unos lugares a donde se las llevaba para que un caballo las preñase. Pero no eran tiempos de bonanza y podría ocurrir que la yegua no estuviese en celo -aunque el dueño pensase que sí-, se rebelase y a resultas de una mala coz retirar de la carrera al semental. No era cuestión de experimentar dado el valor del caballo. Por tanto, cuando una yegua llegaba a la parada, se sacaba al registrín: un burro con una ingrata labor. Si la yegua no estaba en celo, la coz se la llevaba el asno. Si, por el contrario, la yegua no se encabritaba, se retiraba al burro al establo y salía el caballo. Así nos veían y así veían el mundo. Cosas del siglo pasado, de los años de la furia y la testiculina. Tras el domingo queda escrito un punto y final.