El 'poder', como la crisis o el
Dios de los católicos, es uno y múltiple. Y no, no me refiero a esa ingenua
separación clásica que lo divide en tres, legislativo, ejecutivo y judicial. El
poder, el de verdad, trabaja de la misma manera que los directores teatrales:
no aparece cuando llega el momento de la representación, pero ha marcado las
pautas que seguirá todo el elenco cuando el público no estaba delante.
Ese poder es básicamente
económico, por más que pueda vestir toga, sotana, birrete o uniforme. Hacernos
pensar que está en manos de los políticos es parte de ese juego de
mistificación. Y caemos en la trampa. Ahora, cuando se desacredita todo lo
relacionado con la política, muchas voces reclaman, por ejemplo, que se limite
el tiempo que un político puede permanecer en un cargo. No creo que falte buena
intención en quienes esto sostienen, sin embargo yerran el tiro. Puedo estar de
acuerdo en los segundos, terceros y cuartos escalones políticos, pero no en el
primero. Ese tope supondría, en muchos casos, la imposibilidad de llevar a cabo
verdaderas transformaciones sociales ya que, para ello, se necesita un poder
político fuerte para contrarrestar las resistencias del poder económico. No es
casualidad que en los EE.UU. se tomase esta medida tras el fallecimiento del
único presidente que ganó cuatro elecciones, F.D. Rooselvelt. Este, uno de los
presidentes mejor valorados por el conjunto de la población, fue repudiado por
el poder económico del momento, al que no le hizo ninguna gracia eso del New
Deal.