jueves, 6 de septiembre de 2012

NADIE REGALA NADA

El traje, aunque lo llevaba puesto, no parecía suyo. Como una pareja atrapada en su hipoteca, los pantalones y la chaqueta compartían espacio en silencio, cada cual a lo suyo, guerra fría bajo el mismo techo. La corbata pasaba por allí.
La máscara tras la que el chico se esconde tiene una sonrisa dibujada, una mueca aprendida, la tristeza de quien se ve obligado a exteriorizar lo contrario de lo que siente. Yo solo soy una posible comisión, una cruz en su cuadro de visitas, unos euros a fin de mes. Me extiende su mano, le ofrezco la mía. Habla a la misma velocidad con que un tahúr mueve los dedos, arroja las palabras torrencialmente con la pretensión de impresionar, de aletargar, de anular el silencio imprescindible para que la razón de su rival, sí, ese al que sonríe, no encuentre el momento de hacerse presente. Sus palabras son ruido, bullicio previo a una firma, alcohol para llevarte a la cama, nada importa la resaca, nada saber quién es el dueño de la ropa tirada en la habitación, una firma ahora, un polvo vulgar, un pobre objetivo con el que poder sobrevivir.