martes, 17 de diciembre de 2013

CAMBIO DE OPINIÓN

Haciendo una somera recopilación de las ventajas que el alcohol aporta a quien lo consume, el gran Leo Harlem nos explicaba en uno de sus monólogos cómo el exceso etílico nos provoca raudos cambios de opinión: ‘aquella chiquilla que no parecía gran cosa, después de seis pelotazos cómo se ha puesto la princesa’. En esta sociedad en la que estamos anclados, no necesitamos esa media docena de copazos para pasar de defender airadamente una cosa a, poco más tarde, postular tercamente por la contraria. Al final, bebidos o no, nos conducimos socialmente como borrachos, curveando la trayectoria, empecinados en una trazada incorrecta y manteniendo un equilibrio inestable hasta caer definitivamente. Es tan fácil el acceso a la información, es tan inabarcable la que se nos ofrece, que al final sentimos la carencia de una visión global que nos permita impregnarnos de unos valores más sólidos y estamos más expuestos a la propaganda y, por ende, a la manipulación. El filósofo polaco Zygmunt Bauman definió a nuestra época como la de la modernidad líquida en la que las opiniones tienen la misma vigencia que las camisas, estas para esta temporada, aquellas para la que viene. Esperando que los ‘gurús’ de la moda nos digan cuáles son estas y cuáles aquellas.