viernes, 2 de septiembre de 2011

JERIGONZA Y JORNADA

Parece que nunca falta un rebaño si hay un pastor con buenos altavoces. No había hecho sino terminar la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) y se nos ha venido encima la Jerigonza de Jose Mourinho (JJM). Del pontífice de los católicos conocemos su discreción cuando de encubrir se trata; del de los blancos,  batucada de esemeses y letra de jota castellana, que si que, que no que, no sabemos si le gustan los albaricoques pero le encanta el palique. El suyo o el de otros mientras él sea el centro. Silencio y ruido con el mismo propósito, responder solo ante Dios, pedir perdón solo a los madridistas, lejos de las leyes de los hombres. Son los primeros de la fila y hacen –pretenden hacer-  creer que allí en lo alto, donde solo ellos pueden encaramarse, se diluye el horizonte.  
Multitudes atentas a la música, pero ciegas ante la letra, siguen el toque de corneta. Se apela al mito, antes, eso sí, se mutila. Nos recuerdan al Cristo doliente mientras esconden -para que olvidemos-  al que entró en el templo expulsando de allí a los que se hacen publicidad y después desgravan. Al César lo que es del César. 
Bajan el volumen de los altavoces del estadio cuando el himno llega a esa parte que define al club como caballero del honor pero atruena en el momento que se llega por el verso del bélico adalid.
Cojitranca la esencia, afianzan su discurso con la verdad revelada, con verdades como puños. Voz atiplada el uno, puñetazo en la mesa el otro, utilizan el victimismo como factor aglutinante. Ellos, nosotros, sin nadie en el medio y si lo hay se le dispara para que no estorbe. 
El teólogo progresista de antaño mutado, metamorfosis por contacto con el poder, en guardián de las esencias. Primero como orfebre del discurso preconciliar de su antecesor, Penélope nocturna del sudario del Papa bueno, ahora con el atuendo de estrella pop. 
El entrenador, discípulo formal de Mussolini, no es más que la máscara que se ha creado. Hay quien dice que es muy bueno en su profesión, pero los excesos le pierden. No lo creo. A diferencia del dios de los católicos no es uno y trino, es uno y solamente uno. Tácticamente no es nada del otro mundo, quien le definió como Clemente con idiomas no sabía hasta que punto daba en la diana. Su virtud entra en el terreno de lo emocional, dirige guerreros, compra guerreros a precio de azafrán. Sus mayores éxitos no parten del fútbol sino de la aplicación en este de las enseñanzas de Sun Tzu, el arte de la guerra. Desgaste físico, dominio de los tiempos y los espacios, monopolio del discurso. 
El antes llamado Ratzinger vende parcelas en el cielo, el ahora idolatrado Jose marca la linde entre los madridistas y los pseudomadridistas y la frontera, faltaría más, es él.
No, nunca faltarán fieles que, donde debiera haber razón, pongan el sueño de un paraíso futuro en el que ateos y barcelonistas ardan hasta el confín de los tiempos. Gentes que dicen creer en Dios o defender los valores eternos del madridismo pero que siguen, sin más, los designios excesivamente humanos de sus líderes. Quienes jalean al entrenador olvidan la historia de su Madrid; quienes reciben con palmas de olivo a su Sumo Pontífice caen en el pecado de idolatría, al Señor tu Dios adorarás, solo a él darás culto. En el fondo los compadezco, no sabrán disfrutar del camino a Ítaca.