jueves, 14 de febrero de 2019

QUE COMAN TORTAS

Imagen tomada de afp.com

No recuerdo ni a quién ni donde leí aquella frase que en sus pocas palabras concentraba toda una lección de historia: “Cuando la Revolución Francesa se hizo, la Revolución Francesa ya estaba hecha”.  Vamos, que ese decenio comprendido entre 1789 y 1799 no fue sino el corolario de una serie de procesos que se fueron alargando a lo largo de la segunda mitad siglo XVIII; que aunque marquemos la imagen de la Toma de la Bastilla como ese punto académico  que pone fin al capítulo del Antiguo Régimen y abre la Edad Contemporánea, fueron las razones aportadas por los Ilustrados las que socavaron el viejo edificio. La Revolución no fue más que el viento que derrumbó un edificio previamente carcomido. Si un periódico de aquella época hubiera tenido a bien entrevistar a Diderot o Montesquieu, sus contemporáneos, para leerla, habrían tenido que avanzar hasta las páginas de la sección de Cultura. En las de política, mientras tanto, habrían ido dando cuenta de las pequeñeces del día a día. Hoy, aquellas menudencias de la política cotidiana nos resultan apenas intrascendentes; tomamos por ciegos a quiénes no fueron capaces de entender que se acababa el mundo en el que vivían -ejemplificado por ese “si no tienen pan que coman tortas” atribuido a María Antonieta meses antes de perder literalmente la cabeza-, de forma que actuaban como si nada fuera a cambiar nunca, como si las estructuras fueran eternas, imperecederas y entendemos que en las páginas escritas por aquellos autores es donde se hablaba de política en mayúsculas.