miércoles, 8 de noviembre de 2023

COSAS DE LA CATENARIA

Los días del fin de semana despejados de nubes y labor los ocupo con paseos en bici por diversos pueblos. A principios de septiembre, un problema de salud de un familiar -bien resuelto, gracias- me condujo a Ávila en alguna ocasión, razón por la cual, descartado el coche -no sé conducir-, solicité un abono ferroviario. Mezclando los dos ingredientes, bici y abono, me propuse ponerme al día con mi provincia de origen. Sustituí temporalmente los Torozos y los valles del Duero o Esgueva por la Sierra de Ávila y el Valle Amblés. Contaba con la posibilidad de pinchazos o averías, pero de la bici, no del tren. Y fue lo que el domingo ocurrió. Por un destrozo en una catenaria, mi tren de vuelta quedó varado en Medina del Campo, regalándome tres horas para evocar, observar y escuchar. Evocar las mil vivencias de cuando en esa estación hubo bullicio, trasiego, bar… Ahora, apenas, o ni eso, una triste máquina de refrescos. Observar media docena de monjas, mayores las españolas, llegadas de Filipinas, Kenia o Vietnam, las no ya tan jóvenes; un chaval que huía, o retornaba ante la ausencia de expectativas, de Lavapiés a su pueblo en la Tierra de Campos leonesa; unas universitarias abulenses, cuyo futuro, a su pesar, pintaba menos abulense que sus actuales destinos, de camino a las clases del lunes. Escuchar a un sesentón bromear uniendo actualidad y coyuntura -“si los nacionalistas catalanes piden los rodalies, que Sánchez les diga que vale, a condición de que se queden con el resto de RENFE, a ver si así…”-, u ofreciendo comida a las monjas –“me vendían pan de La Hija de Dios (pueblo de Ávila) o de Martiherrero, y elegí Martiherrero. Es lo que hay”-.