lunes, 15 de junio de 2020

ES LO MISMO PERO NO ES IGUAL


El fútbol mercancía ya no vive de lo que recauda en las taquillas, ya no vivía de ello  antes del parón.

Es lo mismo, al menos se llama de la misma manera, pero este fútbol se parece poco al que antes ocurría en una cancha de Primera División. Es curioso, escribo la palabra ‘antes’, repaso la frase y sonrío con la respuesta que me doy. Si en febrero hubiera escrito la misma palabra, inmediatamente me habría dado cuenta de que la frase contenía un vacío: el ‘antes’ carece de sentido si no se completa con una referencia temporal. Hoy no. Hoy, y al menos durante un tiempo, entendemos sin más el sentido de esos ‘antes’ desreferenciados.  Antes, decía, el fútbol era una fiesta social, un espacio de encuentro, una liturgia, en la que se participaba. No éramos nosotros los que jugábamos, pero los que jugaban eran ‘nosotros’. En la décima de segundo que precedía a cada remate de Ünal, se nos iba el alma; en el instante previo a cada parada de Masip, nos atenazaba el miedo. Y ellos, por distantes que parezcan los futbolistas, sentían esa llama, ese fogonazo, que bajaba a la hierba desde la grada.


Se atribuye a George Berkeley, un filósofo inglés de la primera mitad del XVIII, el primer esbozo una de esas propuestas/preguntas que sirven como palanca para la reflexión y que ha llegado a nuestros días: ¿hace ruido el árbol que cae y golpea contra el suelo cuando no hay nadie para escucharlo? ¿Hay, podríamos preguntarnos nosotros, fútbol cuando se desarrolla un partido y no hay nadie para animar, gritar, festejar, enfadarse…?


Digo fútbol y me refiero, claro, al espectáculo del fútbol. El juego en sí es otra cosa que no necesita más que un balón, unas porterías que pueden ser hasta imaginarias y gente que lo quiera disfrutar. No, me refiero al que congregaba multitudes antes de que la tele se adueñara de él. Hago un aparte: quienes piensen que la atracción de este juego radica en que las televisiones nos lo meten por los ojos yerran de principio a fin. No hace falta más que ver imágenes o leer crónicas de principio o mediados del siglo pasado para comprobarlo. No hace falta más que recordar que en cualquier partido entre dos pueblos, el perímetro del campo estaba rodeado por decenas de lugareños. Fue la propia fuerza del fútbol la que lo convirtió en objeto de deseo para los mercaderes, y ese deseo impelió la transformación del juego en mercancía.


Que en estas circunstancias no haya espectadores en las gradas puede ser considerado una anécdota circunstancial pero era el camino que estaba escrito. El fútbol mercancía ya no vive de lo que recauda en las taquillas, ya no vivía de ello. Como en tantos otros aspectos podremos pensar que los cambios han sido consecuencia de los efectos de la COVID-19 cuando en realidad estos meses no van a romper ninguna dinámica, se van a limitar, y no es poco, a acelerar los procesos en marcha.


La grada, un pedazo de ella, ahora ha quedado para salpicarla de futbolistas suplentes. Vemos a nueve del Pucela. Ocho con pose relajada, cumpliendo protocolos, esperando quietos… y Ben Arfa trasteando con ganas de jugar, con tantas como nosotros de verlo –aunque, ¡vaya!, no pueda ser con su correspondiente ¡oh! en el campo-. Son cosas de lo que ahora se denomina ‘nueva normalidad’, un eufemismo que nos plantea el ir acostumbrándonos a nuevos escenarios, como si no fuera eso la esencia de la vida. Nada hay menos normal, que lo normal; nada más perecedero que a lo que decimos ‘las cosas son así’. El décimo, arriba a la izquierda, tieso como un palo, serio como una esfinge, es David Espinar. Esto si que no ha cambiado, el gesto circunspecto de la mano derecha de Ronaldo es intemporal, inasequible a modificación.


Nos preguntamos, por si lo coyuntural se torna definitivo, si vamos a seguir siendo aficionados con un fútbol bajo en calorías. Será que sí. Poco a poco nos iríamos acostumbrando, lo verás, lo veré, aunque ahora digamos que no.


Publicado en El Norte de Castilla el 15-06-2020