Con demasiada frecuencia deseo conmoverme con esas mismas cosas
con las que muchos de ustedes se emocionan, pero no, no me sale. Miro atrás y
no caigo en la cuenta de si en mi pasado adulto hubo algún momento en el que
pude acercarme con aires de trascendencia a todo ese material simbólico; tal
vez sí, tal vez no, no lo recuerdo. Y siento un poco de lástima por mí.
Por ejemplo cuando me asomo y veo a mis vecinos rasuereños -amigos,
familia- estremecidos acompañando a la Virgen de los Dolores. Me desborda. Me
gusta, sí; cuando puedo voy, también; pero emocionalmente, todo lo más me
atrapa la melancolía, me asalta la remembranza. Miro como quien asiste a una
clase viva de antropología. Y siento que me pierdo algo. Supongo que, si mi
patria hubiese sido la infancia en Valladolid, tal ocurriría con la Semana
Santa.