domingo, 17 de mayo de 2015

MEJOR NO MORIR DE VIEJO

Conseguir algo no suele ser cosa fácil, que lo conseguido no se evapore acostumbra a ser más difícil aún. Una de las razones de esta segunda dificultad tiene que ver con la falta de precaución ante ese riesgo, ya que, una vez logrado algo, tendemos a pensar que ya está todo hecho y nos acostumbramos a vivir como si el logro hubiera llegado para quedarse, como si fuera un derecho escrito sobre piedra, y bajamos las defensas. Después sucesivas reformas laborales minimizan las condiciones de los trabajadores, se promulgan leyes mordaza o aparecen estudios sociológicos sobre las percepciones y los comportamientos de nuestros adolescentes en los que comprobamos que, con lo que ha llovido, su visión sobre la homosexualidad no se aleja demasiado de la de sus abuelos o que siguen asociando el control a sus parejas a una prueba de inequívoco amor. Claro, se nos queda cara de tontos, todo lo más, con carita de pánfila incredulidad, nos preguntamos que qué ha podido pasar, que cómo hemos llegado hasta aquí o, a la manera de Vargas Llosa en el inicio de ‘Conversación en La catedral’, miramos atrás para saber en qué momento se había jodido el Perú. La respuesta es muy simple, nada llega para quedarse definitivamente, nada se mantiene si no se realizan esfuerzos para que así sea, si no empezamos por comprender que todo lo que cuesta es evanescente.