jueves, 30 de junio de 2016

LA DEFENSA DEL ‘LIMES’

Desde mi última visita a esta esquina ha pasado una semana, siete días en que ha habido tiempo suficiente para cerrar puertas y abrir ventanas. Tanto el referéndum británico como las elecciones españolas han sorprendido a los quinielistas de la política, a esos que mirando estadísticas aventuran los resultados de los partidos antes de que se jueguen. Tanto el uno como las otras han cerrado puertas -estas son las cartas que hay- y han abierto ventanas: las de atrás para que penetre algún rayo de luz pueda explicar lo que ha ocurrido, las de adelante para dejar un resquicio por donde mostrar lo que se avecina.

jueves, 23 de junio de 2016

CUANDO HAY A QUIEN LE VA PEOR

En una de estas salidas que le caracterizaban, Alfonso Guerra justificaba, allá por los primeros noventa, la pérdida de votos de su partido como una muestra de su éxito. Más o menos, que lo habían hecho tan bien que hasta los pobres, ya con su casa y su coche, se sentían ricos y que, como si fueran perros de Pavlov, el sonido de ‘su’ timbre o de ‘su’ claxon les estimulaba no sé qué glándulas que les hacía salivar hacia la derecha. Vamos, que según el insigne ‘descamisao’ nadie propugna un modelo económico redistributivo salvo que se beneficie de dicha redistribución. Una segunda lectura, aún más perversa, nos llevaría a pensar que una organización de izquierdas se encuentra en mejor disposición de ganar unas elecciones cuanto peor le vaya a la sociedad en su conjunto.

jueves, 16 de junio de 2016

MI MAYOR VICTORIA

La imagino sentada en su sillón relamiéndose mientras escucha el informativo. Ella, Margaret Thatcher, contempla cómo se culmina su obra. Ella, la hierática Dama de Hierro, se permite una medio sonrisa cómplice consigo misma, ahora es consciente de que ha ganado. No hace mucho que recibió una aparente mala noticia: John Major, su legítimo hijo político, había sido derrotado en las elecciones por el laborista Tony Blair. Pasado un tiempo pudo comprobar que, más allá de las proclamas, más allá de las medidas, su gobierno había sido de calado. Buena parte de las políticas más salvajes de privatización y recortes, las que quizá ni ella misma se hubiera atrevido a realizar, se fueron llevando a cabo con mucha menos resistencia social de la que tuvo que vencer en 1984. Ahora, tres lustros después, Tony Blair seguía sus pasos haciendo creer que representaba lo contrario. ¿Qué mejor triunfo?  Sus rivales ejecutaban su política. Del viejo laborismo no quedaban ni los restos. La señora Thatcher dejó dicho, para los que le quisieran oír, que ese jovenzuelo era el síntoma de su mayor victoria. Al fin y al cabo, esa tercera vía solo era una vía muerta, un recoveco dialéctico para llegar a ninguna parte.
Al fin y al cabo, los laboristas, bajo ese paraguas de que son los míos los que gobiernan, fueron dejando hacer; bajo la amenaza de que fueran los otros los que se impusieran en posteriores comicios, asumieron la impostura como mal menor.

jueves, 9 de junio de 2016

EXPECTATIVAS PARA LA MASA


Si ya de por sí es difícil adecuar la línea de nuestras expectativas al campo de lo posible, no digamos si ese listón nos la trazan desde fuera. La posterior frustración, es estos casos, podemos darla por descontada. Esta generación externa de expectativas se ha convertido en imprescindible para el desarrollo comercial y el sostenimiento ideológico que rige nuestras sociedades. Los distintos poderes económicos no tienen empacho en repetir a través de sus múltiples cauces eso de que ‘cualquiera puede ser o lograr lo que quiera, no existe límite alguno que lo impida’. Para ello siempre se refuerza la imagen del triunfador -aquel que, a pesar de todas las dificultades, alcanza cualquier cima- con una doble intención: mostrarnos que cualquiera lo puede conseguir y grabarnos que vivimos en un mundo perfecto en el que no existe discriminación colectiva alguna. Si Amancio Ortega es hipermillonario y tú no, parece natural que sea por tu pereza o torpeza; si Barack Obama logró ser presidente de los EEUU y Hillary Clinton puede serlo ¿cómo se puede hablar de discriminación por razón de raza o sexo? Lo primero nos culpabiliza, lo segundo nos amansa.

domingo, 5 de junio de 2016

VENTA O DEJACIÓN

Si algo permite al capitalismo vencer sus crisis, sobrevivir cuando parece herido de muerte, reinventarse y mostrar un nuevo rostro refulgente, es la facilidad con que sus diversos relatos cuajan, la sencillez con la que sus mitos se incorporan al imaginario colectivo. Naturalmente, existe también una estructura que sustenta estos relatos, que los transmite y los presenta como si fuesen la palabra revelada. Mas la base en que se cimenta la resistencia de este modelo económico es la fuerza intrínseca de sus sencillos mensajes. Una sencillez y una potencia que logra al no interpelar a ningún valor de carácter ético, más bien al contrario:el capitalismo apela a las debilidades del ser humano, de cada ser humano tomado de forma individual. Sin envidia, sin avaricia, sin egoísmo, el sistema caería. Su discurso dominante se desliza, por tanto, sin fricción. Cualquier alternativa, sea esta luego la que sea o muestre la cara que muestre, requiere un discurso ético y una explicación global, lo que convierte a su narrativa en un tocho farragoso y, por tanto, mucho más inaccesible.

jueves, 2 de junio de 2016

PAZ Y ORDEN

Pues resulta que el tal Albert, ese del partido naranja, en vez de seguir siendo él, ha devenido en su primo. Vamos, que Albert parece el Primo de Rivera. Las dictaduras, dijo, tienen cierta paz y orden. ¿Quién lo va a negar? Todo tiene “cierta” de todo, Jack el Destripador, por ejemplo, a buen seguro que tenía cierta compasión. El problema de las dictaduras no es lo que tienen, es lo que les falta. Hace unos años, un amigo me contó una conversación que tuvo con su padre. Este sostenía algo parecido al argumento de Albert Rivera. Su hijo le respondió con otra pregunta: “Papá ¿estás seguro de que tú estarías más tranquilo con esa paz y ese orden si tu hijo estuviera en aquellas cárceles? El padre calló.