martes, 19 de agosto de 2003

EL HOMBRE QUE ENCARCELÓ A UN TIRANO

Anda el juez Garzón de caza mayor, pretende abatir judicialmente a esa jauría de bestias que domeñaron al pueblo argentino, como en su día lo intentó con la serpiente chilena o como nunca pudo hacerse con las fieras propias, alguna de las cuales retoza entre mares de chapapote. Es el suyo un esfuerzo volitivo, al margen de cualquier razón práctica o teórica, a contracorriente. Pretende subvertir con la laya de la ley el vago concepto de una globalización en la que el mercado sustituye a la política (globalismo*) por otra en que la conciencia de vivir en una sociedad interrelacionada (globalidad*) sitúe los hitos de la convivencia y  las fronteras nacionales no sean cortapisas en el camino de la justicia. Ardua tarea ahora que el poder de los estados se apuntala contra la libertad de sus ciudadanos (a la par que se debilita ante los intereses económicos). En sus sueños, Garzón, cómo en los del senador Rance en El hombre que mató a Liberty Valance, se entierra a un mundo. Pero echa en falta a un John Wayne, exponente y sepulturero del viejo orden, que le auxilie en el empeño, y eso no parece cercano.


*  Definiciones recogidas en el libro de Dámaso J. Vicente Blanco “La libertad del dinero”, Germanía, p. 13, tomadas a su vez de Ulrich Beck “¿Qué es la globalización?” Paidós, pp 27-29