Me acosa, tenaz, el eco de Víctor Jara en mi cabeza. Así, mientras veo el partido, tarareo repetida e inconscientemente una melodía del cantautor al que el felón chileno le cortara las manos y la lengua.
«La vida es eterna en cinco minutos». Cinco minutos
interminables han desembocado en la salvación de un equipo que, por la
más estúpida carencia de ambición, ha estado a punto de lastimar el
orgullo de su afición. Atrás queda ese debate que mataron hace semanas
sobre si era conveniente aspirar a más. Insisto, de haberlo intentado no
nos hubiésemos visto en este trance.
«Suena la sirena de vuelta al trabajo». La desidia tiene
estas cosas. Cuando ya habían dado por concluida su labor se topan con
la realidad. Faltaba algo más, un punto salvador, y ellos con esas
pintas vacacionales. Han vuelto al trabajo, cabizbajos, para gritar que,
cuando quieren, pueden. La respuesta al porqué no pudieron, al porqué
no quisieron, mancilla la imagen de un grupo tan conformista como lo es,
a veces, la ciudad que lo alberga.