jueves, 5 de mayo de 2005

POR LA NEOLENGUA A LA SHARIA

“LA GUERRA ES LA PAZ 

LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD

LA IGNORANCIA ES LA FUERZA”

Las tres consignas del partido. “1984” George Orwell




Al libro citado, imbuidos por una lectura epidérmica, hemos asociado la idea de una sociedad persistentemente acechada por una pantalla desde la que se observa cada uno de los movimientos de todo individuo. No en vano vivimos en la era de las imágenes. A mí, por el contrario, más que la vigilancia de los movimientos, del libro de Orwell me desasosiega el control del pensamiento. Por más estricta que fuese la vigilancia ningún supuesto Gran Hermano podría aspirar a otra subordinación superior en grado a la obediencia de unos súbditos amedrentados. El dominio absoluto deviene de la aniquilación del pensamiento individual. Cada página del 1984 puntea en ese proceso. La herramienta no es lo de menos, un ministerio encargado de crear un idioma, la neolengua, que tras el vaciado de contenidos del original se torna inútil para expresar sentimientos, sueños, anhelos.  El humano es un ser de palabras y sin ellas, o con ellas restringidas, prostituidas, manoseadas, no es otra cosa que un animal de rebaño. Si la palabra es la célula del pensamiento, su uso fraudulento es la base de la manipulación, de la mentira con aderezos de razón cierta. En ello están. Vocablos edulcorados suplantan a las viejas palabras duras de roer por precisas. Ya nadie despide a los obreros ni cierra una empresa, regula o deslocaliza. Vocablos como libertad, democracia, justicia... antaño preñados de esperanza, ahuecados, hoy son armas arrojadizas en la defensa de algo o  de su contrario. La última perla en el diccionario de la neolengua es objeción de conciencia.

Algunos alcaldes de esta comunidad, encabezados por el siempre ceñudo alcalde de Valladolid, ante la reforma del código civil que iguala en derechos a hederos y homosexuales, se baten en algarada. Apelan a la objeción de conciencia para negarse a oficiar bodas entre personas del mismo sexo y dicho lo cual desfilan opiniones en retahíla. Que si pueden o no pueden negarse, que si la Constitución ampara o no el derecho a la objeción de conciencia, bla, bla, bla. Entre si galgos o podencos otorgamos a la objeción de conciencia un contenido falaz, el pretendido por los alcaldes.

Objeción de conciencia, antes de su secuestro por la neolengua, no era más que un concepto impreciso, un derecho subjetivo, con el que se envolvían los motivos esgrimidos para desobedecer una ley que se oponía a la norma ética individual. En la suma del peso ético de las causas y los métodos enraizaba su fuerza. Era el reto de unos ciudadanos a un poder. El desacato acarreaba para el objetor penas de muerte, cárcel o exclusión social; pero la amenaza del castigo no amedrentaba ante la fuerza de los valores defendidos. Para reafirmar esa postura no aceptaban un beneficio personal de la desobediencia. En algún caso el legislador astuto aspiró a integrar la disidencia sin menoscabo del objeto último de la norma proveyendo algunas leyes con vehículos para su desobediencia. Desobedecer sin desobedecer.

Nuestros prohombres justifican su motín con unas palabras, recitadas tras sugerencias del cardenal López Trujillo, que no denotan un conflicto de conciencia sino otro irresoluble de doble obediencia. Ante la imposibilidad de acatar los dictados de dos fuentes normativas han optado por la de agua bendita radicada en las criptas vaticanas. Contra el agua fresca que, por una vez, brota en el Parlamento.

Pero además la preferencia está motivada de forma artera o la conciencia de estos alcaldes es volátil en demasía.

No hace tanto, quienes hoy se postran de hinojos, no dudaron en apoyar la decisión del mismo Parlamento (con otros mimbres) desoyendo las recomendaciones papales contra la invasión militar de Irak. No hace tanto fustigaban con su verbo iracundo a los musulmanes porque no asumían que en Europa se obedece a la ley antes que a los clérigos, porque imponían la sharía como norma a la que podían. Entre el César y Dios muerte al César si es de los otros, mas si el César es de los míos que muera Dios.

.En neolengua la primera acepción de objeción de conciencia es “instrumento ladino para asestar golpes al oponente político en la cabeza de los que han sido históricamente discriminados por su orientación sexual”. Puede no ser la única si estos neoobjetores, espoleados por sus voceros, calculan que obtendrán réditos políticos. Tal vez mañana su conciencia les impele a pinchar los condones que vayan a ser usados en sus ciudades o a no celebrar matrimonios civiles.

De momento no casarán a los homosexuales y nada les ocurrirá. Algún recoveco del derecho evitará la foto pero han quedado retratados. Pero ojo, sin el aire de las palabras nuestros cerebros se desoxigenan y podemos llegar a creerles.