domingo, 7 de agosto de 2005

DON MARCELO, TEÓCRATA CARITATIVO

La distancia más corta que une dos puntos es la trazada en línea recta pero la vida, como canta la jota, tiene curvas, tiene rectas, recovecos y rincones. Fuentes de Nava renquea tranquila a escasos 50 km de la que hoy es panadería de la Ita y Ezequiel en Villanubla. Esos dos puntos jalonan la vida de Marcelo González, no así su peripecia vital.

Cuando alguien muere, como es costumbre en estos pagos se tiñen de azafrán los múltiples recuerdos y si se trata de alguna “personalidad” redundan los obituarios laudatorios escritos por profesionales del besamanos. En este caso el cumplimiento del axioma ha sido riguroso. Sin aparentes discordancias aunque, eso sí, disfrazando de progresión lineal el trasiego de ese cura con ínfulas sociales en uno de los obispos más retrógrados del episcopalato español. Pero no hay tal evolución ni mucho menos inflexión. El cura que ayudó a cimentar la barriada de San Pedro Regalado y el cardenal que rindió honores al dictador en su funeral son caras distintas del mismo poliedro: el ser humano y sus complejas miradas al mundo. La recta sirve a los maniqueos, para acá los buenos, para allá los malos. En esta tesitura, Marcelo González fue un buen cura que, ungido obispo y desairado por los barceloneses que le recibieron al grito de “volem bisbes catalans”, emprendió un camino sin retorno a la caverna ideológica. Perdón, pero no lo comparto. González fue un cura de su tiempo, la posguerra, encantado en una iglesia que gozaba de pleno poder político; su labor social, limitada a la caridad, no cuestionó ningún resorte del orden establecido tras la guerra. Prueba de ello es su meteórica carrera en el seno de una iglesia amancebada con las huestes franquistas y su nula simpatía hacia ese sector del catolicismo preñado de compromiso con la libertad. El referente utópico de Don Marcelo no era otro que una sociedad menos injusta controlada desde las alturas por un senado obispal, una teocracia caritativa. Que haiga pan y vivan las canas. Dos posturas coherentes en una misma cabeza pero deshilvanadas en esos biógrafos de urgencia que no han comprendido que ser conservador, desdeñar la libertad y desear que todos coman, pueden transportarse en el mismo costal ideológico y así lo han rezado siempre los sotanas viejas “danos hoy nuestro pan y que se haga tu voluntad”, voluntad divina siempre interpretada por los prelados.


Hoy somos más libres que ayer a su pesar. En cualquier caso descanse en paz.  

LENGUAS DE SERPIENTE

Descuella el ser humano entre los primos titís, macacos, aulladores, gibones, cercopitecos, langures, mandriles, orangutanes, gorilas o chimpancés, por una cualidad: asocia un significado a sus sonidos, se comunica por medio de un lenguaje articulado, habla y, con peor disposición, escucha. Somos unos primates que elaboramos, expresamos y comunicamos nuestros pensamientos. Pero los desasosiegos de la historia y las vicisitudes de la geografía han labrado comunidades de hablantes cercadas por un código común, unos idiomas que, más allá de análisis lingüísticos, filológicos o psicológicos, fueron bandera de un imperio. No hay mejor clave para el dominio que la uniformidad de los súbditos: un idioma, un dios, un rey. Anatema para el distinto, extranjero, usurpador en mi territorio. Y no lo fío tan lejos; los mismos que santifican a Isabel I de Castilla impiden la enseñanza del euskera en la Escuela Oficial de Idiomas en Miranda de Ebro. Antes habían apoyado la del gallego en el Bierzo. ¿Asombra ese disparejo trato? Para nada. Es un jalón previsible en la lógica del conservadurismo castellano (extensible al español), de sus gentes y de sus gobernantes. Es un vergajazo rabioso ante la acometida de una realidad que les supera. Son hijos de los corifeos que clamaban que “España es una y no cincuenta y una” allá por la etapa preautonómica, ellos mismos sonreían al son del “Pujol, enano, habla castellano” minutos antes de pactar con él. Pretenden conformar su España acomplejando Castilla. Deploran el uso del catalán o del euskera, para ellos son extranjeros en su tierra, el gallego es sólo lengua pobre de campesinos sin mayor trascendencia, no supone peligro para su concepción de la patria. El mismo reflejo que les impele a aguzar su verbo contra quienes exigen la devolución de parte de los legajos del archivo de Salamanca por qué quien lo pide son catalanes. Acostumbrados a imponer ordalías a sus herejes, cualquiera que no sean ellos, va siendo hora de que asuman que vertebrar no es hacer todos los huesos iguales sino distintos y complementarios y de la salud de cada uno se conforma un cuerpo con mejor disposición para vivir. El mutuo conocimiento de las partes evitará resabios ¿Qué mejor que facilitar el aprendizaje de los otros idiomas hablados por gentes destinadas a convivir en un espacio común? ¿O volvemos al mono?