La distancia más corta que une dos puntos es
la trazada en línea recta pero la vida, como canta la jota, tiene curvas, tiene
rectas, recovecos y rincones. Fuentes de Nava renquea tranquila a escasos 50 km
de la que hoy es panadería de la Ita y Ezequiel en Villanubla. Esos dos puntos
jalonan la vida de Marcelo González, no así su peripecia vital.
Cuando alguien muere, como es costumbre en
estos pagos se tiñen de azafrán los múltiples recuerdos y si se trata de alguna
“personalidad” redundan los obituarios laudatorios escritos por profesionales
del besamanos. En este caso el cumplimiento del axioma ha sido riguroso. Sin
aparentes discordancias aunque, eso sí, disfrazando de progresión lineal el
trasiego de ese cura con ínfulas sociales en uno de los obispos más retrógrados
del episcopalato español. Pero no hay tal evolución ni mucho menos inflexión.
El cura que ayudó a cimentar la barriada de San Pedro Regalado y el cardenal
que rindió honores al dictador en su funeral son caras distintas del mismo
poliedro: el ser humano y sus complejas miradas al mundo. La recta sirve a los
maniqueos, para acá los buenos, para allá los malos. En esta tesitura, Marcelo
González fue un buen cura que, ungido obispo y desairado por los barceloneses
que le recibieron al grito de “volem bisbes catalans”, emprendió un camino sin
retorno a la caverna ideológica. Perdón, pero no lo comparto. González fue un
cura de su tiempo, la posguerra, encantado en una iglesia que gozaba de pleno
poder político; su labor social, limitada a la caridad, no cuestionó ningún
resorte del orden establecido tras la guerra. Prueba de ello es su meteórica
carrera en el seno de una iglesia amancebada con las huestes franquistas y su
nula simpatía hacia ese sector del catolicismo preñado de compromiso con la
libertad. El referente utópico de Don Marcelo no era otro que una sociedad
menos injusta controlada desde las alturas por un senado obispal, una teocracia
caritativa. Que haiga pan y vivan las canas. Dos posturas coherentes en una
misma cabeza pero deshilvanadas en esos biógrafos de urgencia que no han
comprendido que ser conservador, desdeñar la libertad y desear que todos coman,
pueden transportarse en el mismo costal ideológico y así lo han rezado siempre
los sotanas viejas “danos hoy nuestro pan y que se haga tu voluntad”, voluntad
divina siempre interpretada por los prelados.
Hoy somos más libres que ayer a su pesar. En
cualquier caso descanse en paz.