Una de esas leyendas
urbanas que antaño caminaban de boca en boca relata la querencia del dictador
por rodearse, en el ámbito político, de personas cuyo currículum estuviera
impregnado de hechos que hoy llamaríamos corruptos. No solo eso, permitía,
además, que durante el desempeño de sus funciones se beneficiaran de lo que el
poder otorgaba. Con aquellos que, dentro de los afectos al régimen, pudieran
ser potenciales enemigos, actuaba de modo similar. Un ministro franquista,
pongamos por caso, junto a su carta de cese, recibía un informe sobre sí mismo
tan demoledor relatando aquellos actos que no tenía margen de maniobra. A casa
y a callar: si pío todo el mundo conocerá mis fechorías, seré desactivado y
humillado públicamente, si no hablo podré disfrutar de todo lo trincado. Nada
extraño, ya el bíblico libro del Eclesiastés atribuye a Salomón aquellas
palabras que los latinos tradujeron como ‘Nihil novum sub sole’, nada hay nuevo
bajo el sol. El poder pretende no ser cuestionado y nada hay más débil que un
humano con todas sus fallas a la luz.