Los sepultureros de la historia
tienen prisa por enterrar el reciente
pasado que parece morir ante sus ojos. El politólogo norteamericano Francis
Fukuyama raudo se aprestó a inhumar, allá por el 92 del siglo pasado, los
despojos de la historia; un escritor, Eduardo Jordá, no esperó ni 24 horas para
arrojar tierra sobre el cadáver de Miguel Delibes, asegurando que su mundo se
había extinguido mucho antes que la vida del literato.
Pero ambos se quedaron cortos de
tierra porque la historia recompuso sus cenizas, salió de la tumba y ahora vuelve
a aparecer como muerta viviente o como viva muy viva. “El gran éxito de la película ‘Los santos
inocentes’ se debió a que todos comprobamos con alivio que el mundo de Delibes
ya había desaparecido para siempre” dice Jordá. No se sentirían tan aliviados
los que pensaban como él si tuvieran a bien levantar la vista para comprobar que
los desprecios de los dueños del cotarro al saberse inexpugnables, los
distintos servilismos asumidos por los muchos Alfredo Landa que no aciertan a
ver otro camino que les garantice un plato caliente, ya no son retahílas
contadas por un abuelo pesado, sino escenas cada vez más cotidianas.