lunes, 5 de diciembre de 2016

HACERLO COMO SABEMOS

Un simple racimo de uvas podía costar una perdigonada en el culo, que así se las gastaban por estos lares contra quienes osaban acercarse a una vid ajena para saciar el terco apetito. «El miedo guarda la viña» se excusaba el escopetero cuando se le cuestionaba la desproporción entre una pequeña acción y su reacción desmedida, entre pretender un insignificante hurto y terminar la tarde igual de hambriento pero con las posaderas sangrando. De esta manera, el perdigón no se dirigía tan solo contra el asaltante; se convertía en un mensaje lanzado a toda la población. Era, en el lenguaje geopolítico de este siglo, una guerra preventiva que convertía las nalgas del ladronzuelo en simples daños colaterales. El objeto de aquel pequeño proyectil consistía en dibujar un miedo genérico para convertirle en celoso guardián de las fincas. Así las cosas, la trayectoria de este miedo siempre caminaba de arriba hacia abajo: nunca guardó la viña el temor del dueño, que ninguno tenía, sino el que se pretende infundir en los potenciales raterillos. Se trataba, pues, del miedo generado por los ricos para trazar la línea, para ahuyentar a los pobres.