jueves, 3 de diciembre de 2015

ASÍ NO SALEN LAS CUENTAS


El ser humano es tan arrogante, tan pegado a su visión de que es el centro de todo lo que da vueltas, que ha sido incapaz de valorar el espacio en el que vive, ese planetita al que llamamos Tierra, infligiéndole el mayor de los desprecios: pensando que estaba ahí como fuente inagotable, dispuesto a ofrecernos de todo sin más límite que los que imponía nuestra capacidad de extracción, sin riesgo de sufrir modificaciones en su devenir por más que alterásemos las condiciones. Tan arrogante es el ser humano que le costó reconocer, que se lo digan a Galileo, que este satélite del Sol que nos da cobijo no era un casoplón en medio de la plaza, sino un modesto piso en las afueras. Aun así, una vez asumida parte de nuestra pequeñez, pasamos de un teocentrismo según el cual Dios era el centro de todo y nosotros su obra magna, a colocar al hombre como medida de todas las cosas. Ahora hemos vuelto a depositar las esperanzas en otra religión: la que otorga a la ciencia el papel de dios redentor que vendrá a salvarnos de los malos augurios que difunden las profecías catastrofistas. A pesar que de esas profecías, valga la paradoja, se sustentan en la misma ciencia en la que confiamos. O sea, que no creemos lo que la ciencia demuestra y sí en que todo lo resolverá.