lunes, 26 de octubre de 2015

DISTOPÍAS

El próximo año se cumplirá medio siglo –ay, medio siglo, milenio, medio milenio- desde que el humanista inglés Thomas More publicase su influyente libro ‘Del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía’. Desde entonces el nombre de esta isla ficticia en la que recrea un modelo de sociedad ideal ha trascendido hasta tomar significado por sí misma; hoy en día una utopía es un término que se refiere, de forma despectiva, a un proyecto que, de puro estupendo sobre el papel, se torna irrealizable. Este paraíso tiene su contrapunto en otro espacio ficticio donde el modelo social imperante tiene poco que envidiar al mismísimo infierno: la distopía. La mente de algunos literatos ha sido capaz de engendrar espacios tan negros como los que describen George Orwell en ‘1984’, Ray Bradbury en ‘Fahrenheit 451’ o Aldoux Huxley en ‘Un mundo feliz’. El cine ‘distópicamente’ no desmerece a la literatura y también ha sido capaz de mostrarnos escenarios tan infernales como el reflejado en el ‘Blade Runner’ de Ridley Scott. En todas ellas existe un denominador común, un oscuro poder omnímodo e inasible que pretende construir una sociedad perfecta. Para conseguirlo pretende controlar y dirigir hasta los aspectos más intrascendentes de cualquier persona. Para lograr dicho objetivo, ejecuta programas de ingeniería social tendentes a la conducción de todos los individuos. Estos programas, en la ficción y en la realidad, son caminos allanados a la infelicidad porque siempre existe un elemento que se interpone entre los planes y la realidad: el ser humano. Este, cuando no goza de algún grado de libertad, por su propia naturaleza, termina rebelándose o autoanulándose, en cualquier caso haciendo fracasar el experimento.