El miedo al papel en blanco sigue
susurrando al oído, pero ahora ya no asusta con silencio. El fantasma ya no se
envuelve en la sábana del ‘qué decir o del cómo decirlo’ propio de aquel tiempo
en que las noticias se reposaban tras una buena sobremesa. En estos tiempos de
comida basura las noticias siguen el mismo ritmo apresurado, se preparan con
rapidez, se engullen sin digerir, se expulsan sin absorber. Y sin tiempo no hay
matices, negro, blanco, blanco, negro. El Papa que dejó de ser Papa, apenas
hace de ello un par de días, se bajó de la portada para entrar en el museo de
cera; ya es antigualla depositada en el trastero. Así quedó, así será: un nazi
para unos, un santo para otros. Ningún partidario admite ver fisuras en la
biografía de quien, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
eliminó cualquier atisbo de disidencia, ni mostró ninguna sensibilidad hacia
los homosexuales. Ningún detractor, de él o de lo que representa, reconoce la
integridad de una mirada introspectiva, la gallardía de quien no se ampara en el
enemigo externo. La portada de la que apearon a Ratzinger alza a Hugo Chávez.
Negro, blanco, blanco, negro. Un tirano sanguinario para unos, un libertador
para otros. Así quedó, así será. Los apologetas olvidarán su mesianismo, sus
fiscales negarán hasta las estadísticas que muestran el avance de la justicia
social en Venezuela. Para mañana, hoy está muy atrás. El uno estará doblemente
olvidado, el otro por dos veces enterrado.