jueves, 19 de febrero de 2015

POLVORONES AL SEDIENTO

Tengo miedo a los dolores físicos, me escondo, a la vez que mis músculos se contraen, cuando veo una aguja. Me da pánico pensar en tener una vida asociada de forma continua y constante a ellos. Pero supongo que, llegado el caso, aguantaría lo que me echasen si supiese que en ese aguantar reside la única esperanza de mantenerme con vida, la única esperanza de volver a tener ilusión por sentirme vivo. El dolor se aguanta voluntariamente cuando existe al menos la posibilidad de un mañana que merezca la pena, cuando ya eres consciente de que, sin pasar el trago, no queda más que una vana agonía en pos de encontrar un aire que paulatinamente irá desapareciendo. Y Grecia ya no tiene aire. Lejos quedan en la memoria aquellos años de atrás, ahora sufren las consecuencias lógicas de una perversión, la que hizo creer, a ellos y a nosotros, que habíamos dado con la fórmula del elixir de la eterna juventud. Pero la fiesta europea acabó como no podía ser de otra forma, recordándonos que, digan lo que digan y con el interés que lo digan, aún hay clases. Unos se quedaron con la recaudación y con el bar, los otros con los bolsillos vacíos y soportando la resaca.