Las paredes de las sedes de los
partidos políticos están construidas con un extraño material que distorsiona
los sonidos que vienen desde el exterior, desde ese territorio habitado que
llaman ‘la calle’. Ese particular eco
produce dos efectos aparentemente contradictorios: aísla y dirige.
Durante largas temporadas, esas
paredes no permiten que entre sonido alguno, de esta forma, los ‘Óscar López’ que entre
ellas han crecido, adquieren un lenguaje ininteligible, una gama de usos y
costumbres solo válidos para moverse (y ascender) en ese mundo cavernario, pero
que les impide comprender otro lenguaje, el de los mortales que viven fuera. Es
por esto que, cuando están prestos a colgarse una medalla y recibir con agrado
la sonrisa complaciente de sus jefes, se sienten desconcertados al escuchar que
más allá de la sede, en esa calle difusa, critican su actuación. Ellos, en
casos así, caminan por los pasillos con la misma cara que Obélix diciendo “están locos estos ponferradinos”.