Cuando recibió el aviso de que Jeanne St. Jean había
roto aguas, la anónima matrona, como cada vez que era requerida para
ejercer su profesión, preparó el material necesario y se puso en camino.
Para ella se trataba de un parto más, cierto es que los Bernadotte eran
una familia con posibles, no en vano, Henri, el padre, era procurador en
Pau, pero ni ella ni nadie en esta ciudad francesa podía pensar que ese
día fuera a quedar apuntado en los futuros manuales sobre la historia
de Suecia. Con el pasar de los años, el pequeño Jean-Baptiste se enroló
en el ejército. Tras el triunfo de la Revolución, subío con inusitada
rapidez los peldaños del escalafón militar hasta alcanzar el último, fue
convertido en mariscal del ejército napoleónico. En 1808 estuvo al
mando de las tropas francesas frente a las suecas. No tuvo éxito pero su
labor no debió pasar inadvertida para sus rivales ya que dos años
después fue reclamado para ocupar el trono vacante. Aquel frío día de
enero, la matrona caminaba sin saberlo, y quizá nunca lo supiera, para
ayudar a nacer a un futuro rey.