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Aquel seis de agosto de 1945, en el preciso instante en que
el Enola Gay arrojaba sobre los habitantes de la ciudad de Hiroshima la bomba
atómica que mató a tantas personas como las que viven en mi provincia de Ávila,
algún paisano rogaba a Dios para que le evitase el impertinente dolor de muelas
que le impedía dormir. Siendo el de la caries un problema absolutamente menor
comparado con el devastador eco que aquel artilugio infernal había producido,
no se le puede culpar de egoísmo: el diente pocho era su estrictamente suyo y
en él se volcaba su mundo.
Por lo mismo, no encuentro criticable que una moza, Netta
Barzilai, deposite en la letra de una canción la rabia padecida por una persona
que sufre acoso, por más que en su entorno el ‘bullying’ sea un asunto menor
comparado con la permanente situación de ultraje y sometimiento por el estado
de Israel al que se encuentra condenado el pueblo palestino. Cuestionar que la
pertinencia de que Netta Barzilai lance a los cuatro vientos su canción nos
llevaría al ridículo de no poder denunciar la implacable política de terror que,
entre dicho estado israelí, su cómplice norteamericano y la silente Unión
Europea, llevan varios decenios poniendo en práctica porque el problema
palestino es ínfimo puesto en relación con la mortalidad infantil por causas
evitables como el hambre o la falta de medicamentos.
Netta Barzilai interpela con su canción a sus villanos
particulares y estos no pertenecen al ámbito de la geopolítica. Nada extraño,
nada, ya digo, que se salga de las pautas habituales de cualquier letra de
cualquier canción.