sábado, 8 de noviembre de 2003

CUMBRES EN EL SUBSUELO

Un español mesetario esconde una pelota, intentan arrebatársela un holandés errante y un francés negro zaino, un italiano equivocado desplaza el balón, éste termina en los pies de un argelino crecido en un arrabal marsellés que marca un gol a un argentino despistado. No sé si eso es interculturalidad, multiculturalidad, globalización o una ruina táctica “armonizada” por un nasón catalán y un aquiescente castellano. Ese instante define con precisión quirúrgica al espectáculo surrealista previamente presentado como cumbre futbolística europea (quizá porqué pretenden repartir el pastel entre dos o por el desprecio implícito que supone para los demás equipos, para los demás partidos o porque creen que son dueños del futuro y los que protestan nunca les serán alternativa) y que más bien fue un duelo decimonónico en el que dos viejos aristócratas, tras noventa minutos de ficticia pelea, asumen que el laurel ya no les pertenece, que sus floretes, lejos de pretéritos brillos, rezuman oxido y que el único daño que pueden infligir al enemigo es un esguince de tobillo si éste se tropieza. Son dos murciélagos que vuelan ciegos en un viaje a la nada. Uno está muerto, el otro agoniza. Carne para los leones. Tras los muros de hormigón que impusieron se oyen voces, unas gritan Betis, otras Valencia, otras Depor. Los dinosaurios las desprecian por no alzarse unísonas, no comprenden que todas nacen del mismo sueño: aquí jugamos todos o no juega ni dios.