viernes, 28 de junio de 2019

COLES DE BRUSELAS

Tiempo atrás pasé una buena tarde de risas con un amigo que me contaba las vicisitudes de su primer encuentro-desencuentro con sus suegros. El caso es que estos últimos días, escuchando las idas y venidas, las curvas, rectas, recovecos y rincones de las distintas negociaciones abiertas para conformar los gobiernos de las instituciones en las que no hay una mayoría más o menos clara -y aun en estas, ¿verdad, Jesús Julio?-, me he acordado de la peripecia que relató mi amigo en aquella sobremesa.
Él, ¡qué tiempos!, se había enamorado. Elegir quién quieres que sea tu pareja es potestad de cada cual. Luego puede haber o no correspondencia. En este caso, la hubo. Ir a votar tiene matices similares. Cada quien con sus razones, razones que a veces la razón no entiende, pone la vista en un partido, lo elige, lo vota. Este, a posteriori, con sus actos, puede corresponderte o no. Es más, puede que ni tenga la posibilidad de corresponderte; si no pisa moqueta, la cosa se queda en un ‘ni sí, ni no’ en espera, largo se fía, en una nueva oportunidad.