Como si se dispusiera para afrontar una partida al juego del
pañuelo, la sociedad española se está alineando en dos equipos cada vez más
alejados entre sí que se miran de frente, dispuestos, jugador a jugador, a ir
eliminando miembros del equipo rival. No es lucha de clases -si lo es, habría
que considerarla enmascarada-, sino un torpe agrupamiento en pos de doblegar al
rival. Existen varias y variadas formas de entender, de abordar, de expresar,
de digerir la vida social, sus conflictos. Resumirlas y condensarlas en dos
procede de una simplificación interesada en borrar los matices, en aglutinar
para dirigir por querencias -estos son los tuyos- o malquerencias -estos son
los otros- que impone tragar sapos sin quejarse del sabor.
Nuestras democracias, más que dotar de poder al conjunto de la ciudadanía, más que servir para elegir los mejores gobernantes, proporcionan un método de resolución de conflictos: nos proveemos de unas reglas, las asumimos, coexistimos…