Queridos, los sucesivos entrenadores del equipo del alma, de
cualquiera, como los directores de ‘nuestra’ sucursal bancaria, por más que te hayan
sonreído cuando, al principio de su nombramiento, te veían entrar en la oficina;
por más que te hubieran garantizado su apoyo (un préstamo) en aquel tiempo en
de que todo te iba más o menos bien (cuando no lo necesitabas), no son nuestros
amiguitos. Llegado el momento de la verdad, se escabullirán, culparán con
denuedo al empedrado (bien la coyuntura, bien la fatalidad de las lesiones…),
señalarán un difuso ‘los de arriba’ como responsables por no haber dado el
visto bueno a sus peticiones: “Yo les indiqué que sí, yo solicité tal jugador”.