Faltan días para
que, de nuevo, pero con una mayor variedad de pistas, se abra el circo.
Acróbatas, contorsionistas, funámbulos, malabaristas, trapecistas, magos, fieras
con los colmillos limados y algún que otro payaso, irán apareciendo
paulatinamente para hacernos disfrutar a niños y mayores. No en vano cada
número se habrá ideado y ensayado pensando en la idiosincrasia del público. El día
del comienzo de la vorágine electoral está a la vuelta de la esquina, a partir
del domingo asistiremos al mayor espectáculo del mundo. Pero como no hay santo
sin novena, ya hemos tenido un preámbulo en Andalucía. Allí, la presidenta
decidió por su cuenta y riesgo adelantar la fecha correspondiente. La razón,
elegir el momento en que pensaba que (ella y solamente ella) saldría mejor
parada. Dos meses después y pese a su buen resultado, sigue sin haber sido
capaz de conseguir los apoyos parlamentarios suficientes para revalidar el
cargo. Viendo la actitud del resto de los grupos políticos, podemos dibujar un
mapa perfecto de lo que se va a repetir multiplicado por cien. Pactar está
prohibido. Nadie parece dispuesto a nada que pueda poner en riesgo metas
mayores. Se ha desprestigiado tanto la política que la fotografía de dos
sentados en la misma mesa se ha convertido en la imagen del cambalache, que la
firma de un acuerdo es el sinónimo del verbo repartir, que asimilamos política
a politiqueo. Lo malo es que, en España, puede ser cierto. Mejor estirar la
goma hasta que se rompa, aunque, de rebote, nos golpee en la nariz. Faltan
políticos de altura, personas que asuman el desgaste que supone el acuerdo,
entendiendo que es preferible este al aplauso vacío, a las frases huecas, a las
declaraciones altisonantes de principios que sirven de escudo para guarecerse.