No recuerdo si veníamos de pintar la peña, de cargar algún
camión de ‘alpacas’ o de echar algún partido al frontón o al futbito. Ni
siquiera cuántos y quiénes éramos. Pero sí la presencia de mi primo José Antonio, porque
perdura su imagen adelantándose al grupo en cuanto reconoció a su madre, mi tía
María Petra, tertuliando con Áurea y la ‘señá’ Claudia en la puerta de lo que había
sido la tienda de esta última.
-Madre, deme las llaves de casa, me voy a duchar.
Áurea, enlutada desde siempre, torció el gesto.
-Vaya con esta juventud, vais a terminar peces. ‘Tol’ día en
el agua.
-Pues una vez cada día -apuntó mi primo-, para quitar el mal
olor.
-¿Tos los días? Madre del Amor Hermoso. Cuando moza, alguna
vez de vez en cuando en el barreñón.
-Así oleríais.
-Sería, pero como ‘tos golíamos’ lo mismo nadie se daba
cuenta.
Y acabó la primera parte. El aroma a descomposición que desprendía
el Pucela no había variado en una semana, solo que en esta ocasión no difería
del tufo del rival. Ambos ‘golían’ lo mismo. Ni un triste disparo en tres
cuartos de hora. En este mal de muchos, que haya tres con menos jabón podría
ser el consuelo. Y mira por dónde, el Alavés podría ser uno de ellos. Pero en
el descanso, los vitorianos se enjabonaron, pasaron bajo el agua de una idea,
se rociaron con el desodorante de la convicción y se perfumaron con la colonia
del talento de Lucas Pérez. A partir de ahí, se notó demasiado el ‘golor’
pucelano. Hasta la foto lo desprende. No sé si por papanatismo, esnobismo o
mala conciencia tras el gol recibido del levantinista Bardhi, el Valladolid, en
un sinsentido, colocó al debutante Olaza tumbado tras la barrera para defenderse
ante un posible disparo raso de Lucas en un tiro libre señalado a la altura de
Miranda de Ebro. En la imagen se vislumbra la improvisación. Cuesta creer que
la orden partiera del banquillo, que la ejecución se hubiera ensayado
previamente. Lo mismo da cuatro -las inmediaciones del área- que cuarenta -la
provincia de Burgos-.
El mismo Lucas, en la jugada del gol, en otro jirón
arrancado a este deshacer pucelano, acarició el balón media docena de veces sin
oposición. Él, que es el golpe de inspiración de su equipo, al que más hay que
apretar, recibió la pelota, pensó, armó y ejecutó un pase preciso a su
compañero Martín que irrumpía por una vía expedita. Fin en diferido. Faltaba un
buen tramo; era patente, sin embargo, que no habría respuesta. Por eso, pese a
ir perdiendo, cuando habitualmente los minutos parecen volar, el estrambote se
hizo eterno.
Como eterna se está haciendo esta última parte de la
travesía de Sergio; un epílogo que, dure lo que dure, desprende el hedor de ciclo
acabado. Si Sergio leyese esto, si me admitiese un consejo de divorciado, le
diría que diera el paso a un lado. Dar palos de ciego, mostrar lo peor de uno
mismo como en la rueda de prensa del viernes, solo repercute en el propio
menoscabo. Usted es mucho más que eso. Así pues, señor González, ante una
ruptura inapelable, la firma, mejor cuanto más pronto. Será la única manera de
salvar algo de una relación sin futuro y mantener el corazón limpio para
empezar en otra parte. Se ha ganado salir de Pucela con honores, el privilegio
de ser recibido con aplausos cuando vuelva.
Y así, separados, dense ambas partes la posibilidad de
empezar a oler bien en otra relación.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 07-02-2021