A veces me da por pensar que lo que políticamente se denominó la
izquierda empezó a irse al garete en el mismo momento en que se inauguró el
primer bar en que se organizaban charlas, se colgaban exposiciones o se
representaban profundas dramaturgias. A partir de ahí, el asunto cuajó en moda.
Las intenciones iniciales -creación de espacios en los que personas con una
visión semejante del mundo pudiera encontrarse, debatir y proponer- no parecían
desenfocadas, incluso se puede decir que
cumplieron su cometido, que fueron eficaces. Pero el tiempo, que degenera todo
lo que no es capaz de reinventarse, provocó un efecto ‘capilla’, convirtió
estos espacios en motores de autoafirmación, en turbinas que retroalimentan...