Recuerdo como si
fuera ayer la primera vez que la palabra Pisuerga se cruzó en mis oídos niños
ávidos de curiosidad. Tenía cinco años y en la tele del blanco y negro vi como
un profesor, anciano y cansado, se acercaba con su costal de ternura a un niño
enfermo quien, en su postrer lecho, si la ciencia sueca no lo remediaba, se
abrigaba entre las mantas raídas de hambre de posguerra, y le preguntaba cual
era el río que pasaba por Valladolid. El niño espetó “el Pisuerga” ante la
sonrisa del viejo maestro. Ese vocablo nunca se me olvidó. Yo, de ríos, sólo
conocía al Trabancos de mis juegos, de mis amigos de Rasueros, de las broncas
de mi madre cansada de lavar barro...y había oído, en boca de los hombres del
pueblo, que depositaba sus pocas aguas en manos del Duero. Le imaginaba tan ancho como el prado
de mi pueblo. Pero del Pisuerga... Pregunté a Maribel, hija de la diáspora
rural, que vivía en Valladolid y desde sus ojos de niña engendró en mí la
leyenda de ese río enorme, hijo predilecto del padre Duero, padre del sueño
Canal de Castilla. Pisuerga de mis nostalgias. Hoy escribo perdiendo mi mirada
en sus aguas tranquilas deslizándose bajo el Puente Mayor mientras un
estruendoso río de coches ahoga sus canciones. Recuerdo mi primer tropiezo con
el Pisuerga, aquella película era “Historias de la radio”. Hoy la radio vuelve
a hablar del Pisuerga, de un cauce de 7.500 gargantas que, despertando de su
letargo, ahogaron a un gigante blaugrana. Valladolid fue feliz protagonista de
su destino por un día. La leyenda Pisuerga continúa.