La tierra tiembla bajo nuestros
pies y nosotros, rilando, pensamos que bastante tenemos con no dar de bruces
contra el suelo. Las noticias de estos últimos días, por ejemplo, nos han
trasladado de la lechera vallisoletana Lauki a la capital belga, haciendo
escala en las islas griegas y Turquía. Esta secuencia de informaciones disparejas
se casan en un punto de intersección: la vida del común de los mortales se
encuentra desamparada ante unos vaivenes que se escriben en puntos lejanos.
Los trabajadores de la planta
vallisoletana ya saben que, frente al blanco del producto con el que trabajan,
se aposta el negro de su futuro laboral. Ellos han trabajado todo lo bien que
se puede trabajar; gracias a ese esfuerzo, su empresa (personas, ¿eh?, no entes
abstractos) se ha embolsado ingentes cantidades de dinero y, sin embargo, una
decisión ajena, lejana, les deja en la calle. ¿Qué pueden hacer? ¿Qué podemos
hacer para que no se repita?