El carpintero pulía
el listón con la garlopa, cuando observó que en el poyo de la ventana del
taller se había posado un cuervo. El hombre frunció el ceño, se irguió,
apuntó y con un certero garlopazo dejó
al cuervo patas arriba mientras poco más de media docena de plumas flotaban
sobre el cadáver. Su hijo, presente como cada tarde en el taller, le reprendió:
Papá, ¿por qué has hecho eso? El padre, que había recuperado su habitual
sonrisa tras el ajusticiamiento del ave, puso el brazo sobre el hombro del
chiquillo y con un tonillo enigmático le respondió: Mira hijo, sabiendo lo que
fue capaz de hacer una paloma ¿qué no podría hacerme un cuervo?