domingo, 10 de enero de 2016

ORDEN DE FACTORES

Chistes para niños
Uno de esos chistes de aspecto ingenuo que se aprenden en edad escolar cuenta que un niño llega a casa con aire afligido, mira con cierto temor a sus padres y les dice: «Mamá, papá, me han quedado nueve asignaturas. He ido a protestar ante el director, me he puesto nervioso, le he insultado y me ha expulsado por un mes...». El rostro de los padres va enrojeciéndose según van escuchando al crío. Este pretende seguir relatando ‘sus hazañas’, pero es cortado de golpe por unos padres enfurecidos. Cuando esto sucede, y mientras una sonrisa picarona empieza a abrirse paso en su mirada, el niño vuelve a hablar, ahora con voz burlona: «Que nooo -les dice estirando la o- que solo me han quedado cinco y no me han expulsado». Supongo que la criatura, tras el mal trago pasado, saldría con la duda de si su triquiñuela habría servido para esquivar la merecida bronca por las malas notas. Al fin y al cabo, pensaría, si lo último que dices mejora lo anterior, siempre parecerá una noticia mejor que lo que realmente es.

Si ayer, antes de arrancar el partido del Pucela, alguien nos hubiera preguntado a cualquiera de nosotros si saldríamos satisfechos con un empate, seguramente habríamos respondido que de ninguna manera. Según iba transcurriendo el partido no habríamos cambiado de opinión. El Valladolid se imponía en el juego y los del Elche apenas creaban peligro. El gol, si fuera cierto aquello de que el cántaro se rompe de tanto ir a la fuente, acabaría por llegar. Pero no siempre es así. A veces no se rompe ni a tiros; otras, con un solo viaje, el cántaro queda hecho añicos. Así ocurrió, un acercamiento ilicitano fue suficiente para destrozar el jarrón que defendía Kepa. Un jarrón lleno, por otra parte, de un agua fría que heló la sangre blanquivioleta. De nuevo cuesta arriba, de nuevo el tiempo acuciando, de nuevo contrarreloj.

Descontados los nueve suspensos, asumida la expulsión, cualquier noticia sobrevenida que desmienta lo anterior provoca un atisbo de alegría. Cuando ya nos aprestábamos a contar una nueva derrota,el bullanguero Rodri logró el gol que no hacía más que certificar lo que a priori nos parecía poco, el empate. Suspender cinco, visto lo que amenazaba, deja de ser un drama para convertirse en un balance reversible y, por tanto, esperanzador. El punto, conseguido en el postrer minuto, sirvió, de la misma manera, para endulzar lo que presagiaba un amargo regreso a casa. El botín fue pequeño, pero claro, podría haber sido mucho peor. El crío del chiste había aprendido a muy temprana edad que lo que es un axioma para las matemáticas es mentira para el resto de facetas de la vida: el orden de los factores altera la percepción y, por tanto, el producto. No solo eso, el valor de ese producto, el resultado, también altera la percepción y el recuerdo de los factores que condujeron a él: el buen sabor final convierte en grato el partido. Una derrota hubiera servido para enterrar en algún oscuro rincón de nuestra memoria lo bueno que sí hubo y volver a escuchar los discursos tremendistas, esos que no sirven de nada.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-01-2016