lunes, 9 de diciembre de 2002

POLÍTICA, GESTIÓN Y DÉFICIT CERO

El bamboleo inquieto del Prestige, segundos antes de afincar en el reino ignoto de Neptuno,  presagiaba malos tiempos para el dogma del déficit cero. Ese mito impostor, otro más en la lista de los que pretenden enterrar la política en aras de una aséptica idea de gestión, se ha ido al garete hundiéndose en las mismas fosas atlánticas que el desvencijado petrolero. Las olas negras arrastraban con su fango la incapacidad cómplice del gobierno que pretendió convertir al estado en mínimo social arropado en máximas banderas o palios. Han dedicado seis años a espantarnos de la política, seis años con la cantinela de la reducción de impuestos y la eficacia de la gestión; mas la gestión sin política es administrar una casa que no existe,  es conducir un tren por donde no hay vía. Un país no puede funcionar a golpe de voluntarismos ante la ausencia de recursos asignados a paliar catástrofes anunciadas por reiteración. Haber pensado en esta posibilidad no es fatalismo sino previsión y prevenir cuesta dinero, pero mucho menos que curar. El dichoso buque nos debe abrir los ojos: si queremos enaltecernos colectivamente hemos de recuperar las prácticas comunes: la política; si anhelamos progresar como sociedad hemos de ser conscientes de nuestras carencias y paliarlas, aun endeudándonos razonablemente: nada distinto de lo que se hace individualmente cuando se compra un piso.