El tedio, propensión de la que el cineasta pretende huir al
abordar sus películas, se transforma en la clave emotiva que plantea Jonathan
Glazer para desarrollar ‘La zona de interés’. Cada escena muestra la aburrida
cotidianeidad de una familia, sus conversaciones triviales, sus cuidados del
jardín, sus legañosas sonrisas al despertar, sus besos de buenas noches… Una
familia absolutamente convencional, de las que cualquier vecino atestiguaría al
periodista que le interroga tras un hecho truculento que ‘parecían buena gente’.
Interés, per se, nulo hasta para el más puntilloso de los voyeristas. El desasosiego
que provoca la visión parte de lo que no se muestra, de lo que sin aparecer en
el cuadro percibimos que ocurre. No son necesarios ni los indicios -chimeneas,
gritos-; de antemano nuestra cabeza nos refiere la historia colateral.