El río Lempa
acaricia casi en su totalidad el territorio salvadoreño hasta besar al océano
Pacífico. El gran delta que se forma en la desembocadura es un festival de agua
que se va repartiendo en brazos que rodean una tierra firme en la que habitan
varias comunidades de indígenas. Hace cinco años estuve en una de esas islas. Para
llegar tuve que montar en una barca de madera impulsada por un motorcillo. Conmigo
viajaban un par de decenas de mujeres de estas comunidades que volvían de
vender un pescado que es la base de su economía. Obviamente, en ese lugar, el
exótico era yo y me preguntaron que de dónde era. Al responder que de España,
tras unas risas que, todo hay que decirlo, no llegué a comprender en ese
momento, una de ellas me dijo algo como que era la presidenta de la peña
femenina del Barça y señalando a otra con un fingido desdén, añadió que aquella
era la presidenta de la del Madrid. Una
vez puesto el pie en tierra, lo primero que vi en medio del manglar, fue a un
grupo de niños y niñas dando patadas a un balón. Y es que el fútbol, este reino
de la lealtad humana ejercida al aire libre en palabras del filósofo italiano
Antonio Gramsci, ha llegado por sí solo a cada rincón del planeta, lo ha hecho
enamorando a los más y no dejando indiferente a casi nadie.