domingo, 8 de enero de 2023

DE PARADOS CUESTA MÁS

Había sobrado catón, orden y miedo. Orden devenido del catón, auspiciado por el miedo. Catón como recurso para aplicar orden, como cobijo para disfrazar el miedo. Miedo para no improvisar fuera de las indicaciones del catón, para esconder el temblor en la blanca harina del orden. Así, como un alumno aplicado, transcurría la jornada del Pucela en Mallorca. Poco, casi nada, que llevarse a la boca. Poco, casi nada, con potencial para sobresaltar. Transición, un pasecito aquí, burocracia, un pasecito allá, sin apenas riesgo. Y cuando se insinuaba la intención de lanzarse a una aventura, sonaba a susurro, olía de conato, se limitaba a un triste amago. Siempre sin descomponer la figura, nunca sin tener pertrechada la retaguardia por lo que pudiera pasar. Y así, evitando el riesgo por lo que pudiera pasar, pasa el tiempo y pasa la nada. Lleva varios de estos el Pucela, básicamente fuera. Partidos mentirosillos, aparentemente sin mácula, en los que de primeras no cabe el reproche. Sumado uno tras otro, encontramos una tendencia. Las dos áreas se atragantan. Atendiendo a los cánones, casi se podría decir que el Valladolid ha sido dominador del partido. Se ha jugado más cerca de la portería del rival que de la propia. A Pacheta siempre le escuchamos que pretende algo parecido a eso –dominar el juego– con sus equipos, pero para que a 'eso' se lo pueda denominar valentía se requiere un punto de audacia, un ejercicio de osadía, la voluntad de arrostrar sin miedo a que te partan la cara. En realidad, bien venía al Mallorca ese dominio 'desarriesgado'. Cuadraba con el plan de Aguirre. Visto así, ¿quién se puede decir que domina cuando los dos contendientes están encantados con lo que se representa en el escenario? Al final le salió bien a los isleños como podría haber ocurrido a la inversa –aquel remate al larguero de Kike–, cosas del fútbol. Pero la única ocasión del Pucela, la citada, responde a un hecho aislado, mientras el gol mallorquín, por mucho que duela por cuándo ocurrió, llegó en una jugada que repitieron con insistencia: conscientes de su potencial no cejaban de buscar faltas laterales. Lo triste de la que produjo efecto fue, insisto, el momento y, sobre todo, que fue perfectamente evitable. Kenedy cayó en la trampa. Antes, apenas un minuto antes, dando todo por finalizado, se podría escribir aquel verso con que Celaya abre 'La poesía es un arma cargada de futuro': «Cuando ya nada se espera personalmente exaltante». Ya no se esperaba, pero llegó. Desde ese instante, cada detalle me dejaba más preocupado. No hablo de la racha de tres derrotas consecutivas, cuatro con la de Copa. Al final, sobrevivir consiste en truncar las malas para respirar. No me refiero a la derrota en este partido, un punto raramente establece, en el momento culminante, la frontera entre lo conseguido y lo necesitado. Lo que hizo retumbar la alarma hasta el punto de aturdir fue el caminar de Pacheta cuando el árbitro dio término al encuentro. El locuaz, vivaracho, vigoroso, inquieto y agitado entrenador parecía haber digerido de golpe y porrazo dos docenas de años. Un punto, decía, puede ser muy poca cosa, pero el daño que ocasiona perderlo aturde. El serranomatiego no supo o no quiso disimular. O fue su manera de hablar, ojo. El fútbol es así de cruel. Igual que te eleva, te tumba. O peor, te aturde. La reválida a la que se enfrenta el Pucela en las próximas semanas es de este calibre. El colchón con el que contaba se ha esfumado. No es tiempo aún para catastrofismos pero no conviene fiar todo a que llegarán tiempos mejores. Quedarse quieto donde todos corren no permite vislumbrar nada bueno. El coeficiente de rozamiento estático es mayor que el dinámico. Toca arrancar.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 08-01-2023