jueves, 19 de abril de 2018

PREIMPRENTA Y CONTRARREFORMA

Así dice la Biblia, palabra de Dios. Así, claro, había que creerlo ya que no existía, ni existe, forma de rebatir sobre una materia que es desconocida. La palabra escrita estaba secuestrada por un pequeño reducto de personas, las pocas que sabían leer, las muy pocas que podían hacerlo en latín, que se valían de tal rehén para extender a su incumbencia la interpretación ‘oficial’ de los textos bíblicos. Ellos leían, todos escuchaban esa lectura. Interpretación de hombre convertida en palabra de Dios. Contravenir era tildado de herejía. Anatema. Hasta que llegó Gutemberg e inventó la imprenta de tipos móviles. Más libros, en más idiomas y más baratos. Más aprendieron a leer. La Biblia comenzó a ser lo que aparecía escrito en la Biblia y no tanto lo que decían que  aparecía. Lutero, por ejemplo, sería impensable sin Gutemberg. El fraile agustino también fue anatematizado pero tenía defensa: escribía y se le leía. El cristianismo terminó por romper. La iglesia romana, ante el desafío, decide, en paralelo, reformar e imponer mano dura ante el desafecto. De nada sirvió. Ni los tribunales -la Inquisición-, ni el control de la información -el Índice de libros prohibidos-, fueron, a la larga, capaces de evitar lo inevitable.