Un voto rara vez es
el resultado de una comparación entre programas electorales, es, casi siempre,
la asociación entre una imagen y una idea, el resultado de una transmisión
empática, un juego simbólico entre el elector y la cosa elegida. Desde otro
punto de vista, un voto puede ser un deseo o un compromiso, un encargo o una
disposición. Puede ser una carta a unos reyes magos que no existen, una seña de
identidad, una intención de certificar una pertenencia, una reafirmación; pero,
también, puede ser una manera de expresar una voluntad.
Cada cual, cuando
decide a quién votar, incluso cuando decide si votar, lanza un mensaje en una
botella. Contar los mensajes es fácil, interpretarlos es harina de otro costal.
Contar se contaron el domingo y está todo dicho, los números son los que son;
interpretaciones, sin embargo, se hicieron después casi tantas como bocas se
abrieron, aunque buena parte de ellas tengan dos elementos como denominador
común: existe un amplio sector de la sociedad que anhela un cambio profundo y que
exige una mayor participación.