No es extraño que en la mayoría de los cuentos clásicos, esos que se
transmiten oralmente de generación en generación, entre el elenco de personajes
aparezca ‘el lobo’ o ‘el ogro’. No se trata de ogros o lobos cualesquiera,
no; lobo y ogro se presentan precedidos
de un artículo determinado, ese ‘el’ que les dota de entidad propia. Así, ‘el
lobo’ y ‘el ogro’ dejan de ser un animal o un gigante inconcreto para encarnar
en un solo ser la esencia de la maldad, la maldad misma, que acecha.
No es extraño, decía, que en casi
todos los cuentos aparezca uno u otro. En estos relatos fantásticos,
recreaciones de la mente humana, se condensan buena parte de sus emociones y
entre ellas, en un lugar de privilegio, siempre encuentra acomodo el miedo.
Ambos personajes son los encargados de jugar ese papel, el de advertir de los
peligros, Caperucita, Pulgarcito, si camináis solos por el bosque...