lunes, 2 de junio de 2003

PADRES ENTIERRAN A HIJOS

Los anhelos de compartir mesa y mantel con la superpotencia se han convertido en el polvo que ya es aquel avión desvencijado que dejó en su camino la vida de 74 personas. De doce apenas nada sabemos, no eran de aquí; en los noticiarios vende menos el sustantivo “persona” que los adjetivos “español” o “militar”. Cuando, además, ambos se asocian el calamar chorrea el chapapote de la quintaesencia de la patria.
Decía que los sueños de grandeza de las Azores no son sino otra más de esas eternas campañas de imagen que pretenden que veamos lo que no es. Megalómanos discursos que esconden un vacío de capacidad. Declaraciones de guerra mientras los aviones caen por su propio peso. No es cebarse ante la adversidad, es, simple y llanamente, el fracaso de una concepción de la política. Ésa que aparenta un gran pilotaje en las rectas pero que suelta el volante cuando el camino se curva.
Al final se han llenado páginas enteras explicando lo que ocurrió o con generalidades humanitarias como excusa. Pero la gran pregunta que nadie responde es qué necesidad existe de enviar soldados a pacificar si previamente no se crea una guerra.
Ahora queda un amasijo de hierros, las lágrimas de unos hijos, el dolor eterno de unos padres... la ausencia para sus parejas.