jueves, 11 de marzo de 2004

CARTA A ETA MIRANDO A LOS OJOS DE MI HIJO

Una tos alérgica impidió a mi hijo dormir bien la noche del miércoles al jueves. Decidí no llevarle al colegio y que descansase. Pero esa mañana era ya noche, noche de dolor a las ocho de la mañana. Unos salvajes apagaron el sol como vosotros lo habíais hecho otros días siniestros. Con Diego a mi lado no pude hacer otra cosa en todo el día que mirarle, sólo mirarle. Fundí mi pupila en sus ojos transparentes y le hablaba, “que el azar de la barbarie no convierta tu futuro, ese que aún ni has soñado, en amasijo de carne de víctima y, aún más, que nunca seas verdugo”. Y frente a él, llorando reflexionaba y os maldecía cómo tantas otras veces, cómo seguiré haciendo mientras permanezcáis anclados en sueños tiznados de sangre mil veces inocente. Comprenderéis que el reflejo condicionado, que el primer impulso, dibujase vuestras siglas en nuestros ascos. No fuisteis vosotros. Pero eso no borra de nuestra memoria la semilla de dolor que habéis sembrado a lo largo de treinta años. Esas muertes mancillan vuestro debe, el pasado es lamentablemente terco. Hoy, sin embargo, debéis dar un paso al futuro, valiente, sin cortapisas ni vuelta atrás. Un pie en pared que marque el final del ansia homicida que hasta ahora mostráis. Ninguna causa merece la muerte ajena y la vuestra, por supuesto, tampoco. La carnicería del jueves fue brutal pero el dolor es individual y una víctima, una tan solo, en el silencio de sus cercanos, hilvana el mismo drama. Llevo años soñando, con muchos, con casi todos, en ese instante de lucidez en que decidáis que callen para siempre las armas. Para vosotros existe una guerra, yo soy uno más de vuestros enemigos, vale, pero la paz se hace con los enemigos. Abandonad las armas, asumir el error hace grande a quien lo hace. Estáis a tiempo de tener un gesto de dignidad. Pedid perdón a todas las víctimas, purgad culpas de sangre y luchad por vuestra arcadia desde los votos.

Sentid, pensad, que cada víctima tiene cara y su visión es un acicate; mientras enturbio estas letras con mis lágrimas os recuerdo que la voluntad mayoritaria es la de vivir en paz, la de buscar vías pacíficas para la resolución de conflictos. Incorporaos. Y recordad que en la masacre de Madrid murieron gentes que vinieron de Colombia, de Rumanía, de Marruecos y así hasta doce lugares de origen. Esa es mi patria, la de los que viajan en tren, la de los que se levantan a las seis a trabajar y no llegan a fin de mes. Si la vuestra es otra reclamadla pero con la palabra. En nuestras conciencias está grabado a fuego que seremos libres en la medida en que queramos serlo y hoy lo queremos más que nunca. Falta vuestra palabra, esa que silencie definitivamente las armas. Está en vuestra mano.