lunes, 29 de diciembre de 2003

CASTAÑERA A TUS CASTAÑAS

La ingesta de turrón produce vómitos de falso humanismo, el caso es que en estas fechas de apareamiento incestuoso de la carne y el espíritu, del alegre capital con luces de neón y la negra iglesia, cargamos a nuestros atribulados oídos con sartas de sublimes tropelías que nos subyugan ubicándonos bajo el mazo del mercado o el catón de los dogmas. Las del capital justificadas por su esencia de lobos hincando sus dientes en los enclenques corderos de nuestras carteras; se deben analizar para conocer sus arteros empeños y defendernos pero no caben reproches, es su naturaleza. 

Pero la iglesia, amigo Sancho, esconde sus fauces bajo la figura de un pobre niño recién nacido y ya perseguido por “las iglesias de entonces”. Bajo esa apariencia inofensiva extiende e impone sus valores particulares tapizándolos de universales a una sociedad inerme por medrosa. Así seguirá mientras no acordonemos el terreno que a una confesión religiosa le corresponde en un estado aconfesional: sus templos y sus fieles. Ni un metro, ni una constricción más.

lunes, 22 de diciembre de 2003

RECUPERAR LA POLÍTICA

Engañados por aquella película del maestro Kubrik, todos creemos que el atraco perfecto es aquel que se lleva a cabo sin dejar rastros que puedan delatarnos, pero eso hoy es nada comparado con el ideal de expolio: que la víctima no se entere e incluso sea feliz sin lo despojado. Tal es así con la política. A la par que celebramos la democracia, hasta el punto de exportarla con la fuerza si es menester, nuestros bolsillos se vacían de la posibilidad de participar en la vida pública. Algo que ayer exigíamos, se ha escapado. Y no es casualidad. Ni viene de cerca.
La convivencia, cualquier convivencia, teje su día a día con una suerte de hilo de dos colores: normas y  prácticas. Unas normas de las que seamos partícipes y unas prácticas que se adquieren con experiencia democrática y pedagogía. A falta de la experiencia, tras cuarenta años de marasmo dictatorial, un gobierno pretendidamente de izquierdas podía haber aprovechado la impetuosa ebullición social para crear unas redes de participación ciudadana que nos hubieran acercado al verdadero sentido del término democracia más allá del votad y dejadnos hacer que llevaron a cabo. Podían haber extendido una cultura del diálogo entre las organizaciones políticas y entre éstas y la sociedad articulada, pero confundieron el sentido de sus abrumadoras mayorías. Podían haber construido un partido en el que cupiesen legítimas discrepancias pero urdieron una organización monolítica de culto al líder y “el que se movía no salía en la foto”. Podían...

domingo, 21 de diciembre de 2003

CUENTO DE NAVIDAD

Una derrota pudo ser el detonante. El ánimo, ese chófer borracho, me acercó a un brumoso paraje donde la niebla mortificaba mi espíritu con juegos visuales. Los mitos históricos del club, inaccesibles a mi memoria, trenzaban un juego rebosante, exquisito, procaz, voluptuoso... con el que otros, en otros tiempos que nunca fueron, se solazaron como yo no puedo gozar ahora. La envidia creó una desazón que tiñó de azabache al rojo de mi sangre. Ya no era capaz de recrearme en ese pasado sólo torturarme con las caras de quienes me arrebataron ese milagro. 

miércoles, 3 de diciembre de 2003

DE NACIONALISMOS Y FRONTERAS

Ayer, con la compra de este periódico, se regalaba un ejemplar de ese texto redondeado con el compás del miedo de unos y otros, de otros a unos: la Constitución del 78. Así, ojeada y hojeada, no parecía más que un contrato social moralmente superior al régimen cuartelero precedente. Pero es una trinchera. Si sus renglones fueron alguna vez refugios de concordia, lejano queda el día.
Hija de su tiempo, la Constitución no debería ser más –ni menos- que un texto articulado que traza los ejes de la organización de este tapiz de cuatro esquinas que llamamos España. Hoy, este esbozo de nuestra voluntad de vivir en paz, es un arma cargada de pasado. Fea se ha puesto la tarde; entre sus acérrimos enemigos y sus defensores a ultranza la han colocado en un brete. Los unos sueñan abatirla al abordaje, los otros se encastillan en su inmovilidad. Y ninguno la lee al completo. La han convertido en un fetiche. Han reducido interesadamente la porfía al mínimo común divisor de sus aspiraciones oníricas. Han sometido el valor de la Constitución a una discusión agraria sobre lindes. Fronteras que traza la historia a sangre y fuego. Para todos ellos la Constitución es, sin más, España, usurpadora madrastra o amantísima madre.
El veneno del nacionalismo ha embutido el debate en la ilógica de unos apriorismos surgidos de artificios insostenibles racionalmente que idealizan mitos de vetustas arcadias felices o de esplendorosos pasados imperiales,  “utopías compensatorias de  las frustraciones de las clases populares propuestas por élites que obtenían de ello beneficio político” en palabras de Álvarez Junco. En este terreno no puede haber lugar para el diálogo civilizado. Los parámetros tribales se contraponen a los análisis de vertebración territorial que nos permitan avanzar por los tortuosos senderos del progreso social. 
Los nacionalismos disgregadores de Cataluña y el País Vasco dibujan nuevas fronteras de viejas historias, de las mismas viejas historias con que el nacionalismo español urde el tejido de su indisolubilidad. Los primeros ven en la Constitución la rémora de sus anhelos, no les vale; la otros pretenden blindarla de la erosión provocada por la inexorable corriente de los cambios sociales. Como San Pablo, tras el topetazo divino de aquel día que se cayó del caballo, han cejado en su empeño perseguidor para convertirse en sus demiurgos.
A punto de cumplir veinticinco años es hora de reparar en esos capítulos olvidados de la Constitución que hablan de derecho al trabajo o a la vivienda. Contingencias olvidadas bajo chapapotes fronterizos.