jueves, 25 de abril de 2019

LA RAZÓN FRENTE A TENER RAZÓN



Polvo, humo, niebla, el ambiente se llena de palabras sin apenas peso que impiden ver. El debate, los debates. Pasaron y el paisaje quedó como cuando se despeja la polvareda levantada por un coche en un camino: mucho ruido antes, después todo más o menos exactamente igual que estaba. Sí, entiendo el revuelo de los días de víspera, a este tipo de debates les ocurre, al estilo de la propia democracia, que son el peor formato a excepción de todos los demás. Vamos, que dado el paño, ¡y madre mía, qué paño!, no hemos sido capaces de encontrar un modelo mejor. Al menos obligan a los candidatos -un ‘los candidatos’ en masculino, masculino; sin nada de genérico- a confrontar sus programas frente a sus adversarios con nosotros como testigos en la distancia.
Antaño, quizá por la novedad, tal vez porque en los protagonistas aún existía un punto de candor que se fue perdiendo cuando las sucesivas hornadas de asesores limaron las aristas de los debates y los debatientes, tenían alguna gracia, algún valor añadido. Hoy por hoy, pasado el tiempo, erosionado el modelo, resabiados los contendientes, han quedado como un triste escaparate en el que se exhiben sonrisas enlatadas, poses preparadas, latigazos ensayados, productos ultracongelados.