domingo, 12 de mayo de 2024

LA CARTA JOTERA

El que sí que, que no que, de Pedro Sánchez, carta pinturera como la solapa de una chaqueta, y el triste protagonismo que su muerte ha dispensado a Victoria Prego, discreta como el forro de la misma prenda, se han aunado en el tiempo para mostrar las costuras de una ‘Transición’ que, si bien posibilitó el paso de aquella dictadura a esta democracia, construyó e impuso el traslado por unos rieles que condujeran precisamente a esta y no a cualquier otra forma de democracia. Hubo entonces una España, una España sin intermisión que permanece, una España hereditaria, en la que el poder –el poder, poder, el económico y lo que este arrastra- se envuelve en los valores tradicionales, en la esencia perenne, que al estilo de Kissinger transcribiendo a Goethe prefirió, prefiere, “cometer una injusticia antes que soportar el desorden”. Claro, era su orden el que estaba en juego. Su poder.

LOS FANTASMAS DEL DÍA DEL GETAFE

Las películas románticas retratan el paréntesis de la vida que, siendo vida, habita en una periferia de la propia vida. La historia, centrada por definición en personajes obnubilados por el idilio en ciernes, olvida o aminora cualquier contexto social, político o económico. Y si lo considera, el conflicto generado por dicho contexto se reflejará con la única pretensión argumental de erosionar cualquier dificultad para culminar la película con el obligatorio final feliz, elemento básico de este género que, por previsible, desvela su desenlace en las primeras escenas. Un final feliz que delimita la frontera entre el alelamiento amoroso y el recomienzo de la vida cargada de dificultades, mazazos, miedos, fracasos y frustraciones. También de lo contrario, que si no, apenas merecería la pena:en el crisol de la vida se funden vivencias, emociones y circunstancias bien contrapuestas.

domingo, 5 de mayo de 2024

EL MISMO PARTIDO CONTADO MIL VECES

La cólera carcomía la mollera emponzoñada en despecho del sultán Shahriar. El enojo, apenas contenido en las íntimas simas de su ser, emergía con forma de puñal que decapitaba cada noche a una joven virgen, ofrendada por su visir, con la que previamente habría contraído matrimonio. Así, día tras día, desde el momento en que constató que su esposa había borrado su nombre de ella del listado de objetos privativos de su majestad; desde que se cercioró de la desobediencia, del desacato a una sumisión que él asumía como debida. La afrenta que entendió de una mujer habría de extenderse, como mancha de aceite, a todas las demás. Utilizaría su poder omnímodo, su categórica inviolabilidad, su celo inmisericorde, para asegurar que ninguna escapase de su dominio, para que no existiese siquiera la posibilidad. La cólera, el enojo, el puñal se hundiría antes de cada nuevo amanecer en el cuello de una malaventurada doncella.